viernes, 5 de marzo de 2010

Enamorarse es cosa de niñas

Está bien. No es cosa de niñas, pero es que no encontraba en este momento un titular mejor.

Además, en una ocasión solté la parida en una clase y una de aquellas niñas del lejanísimo tercero de bup me dijo “Ah, pues yo nunca me he enamorado y no creo que lo haga jamás”. (Dos meses después lloraba por las esquinas).

Cientos de historias de amor en la literatura, en el cine y en las canciones dan fe de lo arraigado que está la cuestión de los enamoramientos en nuestra sociedad.

Los americanos, que son tan prácticos, cuando surge una historia entre dos personas, dicen que hay química. Y en realidad hay mucho de esto, concretamente de hormonas.

Vasopresina y oxitocina son dos de las hormonas responsables del amor. Curiosamente, la vasopresina también está involucrada en otro proceso nada romántico como es el control de la orina.

Cada vez que vemos a la persona objeto de nuestro amor, se nos disparan los niveles de vasopresina y oxitocina en sangre. Y estas hormonas se unen a unos receptores en nuestro cerebro que generan descargas de placer intenso. Al principio los efectos son fuertes, pero poco a poco se van aflojando, y con el tiempo la sensación de placer disminuye. Ya se sabe, el amor dura un año, y el amor eterno como mucho cinco.

Luego está el hecho de de quién nos enamoramos. Aquí hay escondida otra sustancia química, la dopamina. En experimentos con hembras de mamíferos, se les inyectaba dopamina y éstas se emparejaban con el primer macho que se les cruzaba en el camino. En bastantes ocasiones me he quedado mirando a alguna conocida y pensando “¿Pero qué habrá visto en ese tío?” Tal vez la respuesta esté en que “ese tío” pasó por su vida el día en que ella sufría una tormenta hormonal de dopamina.

Eso ellas. ¿Y nosotros? ¿De quién nos enamoramos? También en esto hay química, pero más con el olor.

En la película de Fernando Trueba Belle Époque aparecía una frase que decía algo así: “Este muchacho (Jorge Sanz) ya se iba a ir, pero se ha quedado al olor del coño de mis hijas.”

Copulinas es ese olor. Lo desprendéis las mujeres alrededor del día de la ovulación, y el efecto que produce en muchos hombres es el de deseo y apego inmediatos. Si esto va ayudado de una buena simetría (por ejemplo una cara muy simétrica) y que se empieza a fabricar oxitocina, ya tenemos a un hombre enamorado.

El deseo sexual tiene que ver casi en exclusiva con una hormona sexual, la testosterona.

Curiosamente, en el hombre enamorado los niveles de testosterona bajan, es decir, tiene menos deseo sexual, lo que explicaría cierta cara de carajotes que se nos pone. De forma paradógica, en la mujer enamorada, el nivel de testosterona, y por tanto su deseo sexual, suben.

Todo este follón hormonal se empezó a formar hace unos 2.000 millones de años. Antes de eso, la reproducción era asexual. Las bacterias no tienen sexo. Y además no se mueren. Se dividen en dos, exactamente iguales, pero ninguna de ellas muere. Son los clones.

Hace 2.000 m.a. se inventó la reproducción sexual. Con una buena noticia y otra mala. La buena es que la reproducción sexual nos hace a cada uno de nosotros individuos únicos e irrepetibles. La mala es que la sexualidad ha traído la muerte.

Hay mucho de verdad en eso de que el amor perjudica la salud. Copulamos, pero nos morimos.
Yo no sé si el amor, o el sexo (que es lo mismo) han merecido la pena. Pero esto es lo que hay.

José María Gil Corral

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