lunes, 21 de junio de 2010

De lo que aconteció a una joven que creía ser amada

Un día la condesa Lucanora  se encontraba muy triste y Patronia le preguntó qué le pasaba. Empezó a contarle que estaba muy enamorada, pero no todo era como ella quería. Hacía varios meses que se veía con un hombre, por el cual ahora ella se encontraba tan mal. Le contó a Patronia que aquel hombre al principio no le interesaba,  pero fue  tan insistente que acabó dándole una oportunidad.

Al principio todo iba bien, la trataba como si de una flor delicada se tratara, pero poco a poco fue cambiando hasta tal punto de que un día, cansada de sus desprecios,  le dijo que no quería volver a verlo. Él no lo consintió y reaccionó de forma violenta, por lo que no sabía cómo reaccionar.

Patronia, al conocer el problema de la condesa, le contestó que no era nadie para decirle lo que debía hacer, pero que le recordaba una historia que tuvo muy presente, pues  le había pasado a su vecina, una muchacha muy buena que conocía desde pequeña.

Un día esta muchacha, llamada Lucía, se encontraba trabajando en el campo con su familia, cuando su  madre la mandó al mercado del pueblo a comprar comida. La joven salió y por la calle llamó la atención a un hombre al pasar por su lado. Este hombre, sin ni siquiera conocerla, ya sabía que quería estar con ella y no iba a parar hasta conseguirla, pero decidió hacerlo de forma que la joven no creyera que estaba obsesionado con ella, así que la adelantó y se metió en un bar, mientras Lucía entraba en la tienda de enfrente.

Cuando vio que la muchacha salía de la tienda, enseguida fingió tropezar con ella. A Lucía se le cayeron todas las bolsas, así que él se disculpó y las recogió. Al levantarse, la miró a los ojos y le dijo:

-¿Quién puede consentir que una mujer tan bella cargue con todo este peso sola?

- Tengo que trabajar en el campo y comprar la comida para ayudar a mi familia- contestó ella.

– Pero, ¿cómo es que una mujer tan hermosa tiene que trabajar? -insistió él- te mereces vivir como una reina, en un palacio, sin trabajar y sin que te falte nada.

A la muchacha le gustaron sus halagos, aunque no quería que se le notara puesto que era un desconocido. Por eso quiso despedirse, aunque él rogó que volvieran a verse en algún sitio. Tras pensarlo un momento, aceptó. Así que esa noche se vieron en el bosque del pueblo, donde el joven le confesó lo que sentía por ella y le pidió  que se casaran, prometiéndole que siempre la iba a cuidar y nunca jamás iba a faltarle de nada. Ella dijo que sí, miró al cielo y empezó a imaginar una vida perfecta junto a su marido.

Pronto lo anunciaron en su familia y no tardaron en casarse e irse a vivir juntos. A ella todo esto le parecía un sueño: no podía creer que fuera tan afortunada al haber encontrado el amor por casualidad.

Una tarde, un primo de  Lucía, que le tenía un gran aprecio, fue a visitarla para advertirle que en su marido veía algo que no le terminaba de gustar. Notaba que poco a poco la había ido apartando de su familia y hasta había cambiado algo en su forma de ser, pues ya no parecía la misma. Le explicó que había escuchado a su marido decir a algunos amigos que desde el momento en que se casaran, no le permitiría volver a salir de su casa ni, por supuesto, hablar con otro hombre que no fuera él, como si fuese un objeto que poseía y no dejaría ver ni tocar a nadie.

Al escucharlo, Lucía se echó a reír, pensando que esas palabras se debían a que su marido la quería aún más de lo que ella pensaba. Sin embargo, con el paso de los meses su relación fue empeorando. Él cada vez le mostraba menos cariño y tenía menos ganas de estar en su casa por lo que pasaba mucho tiempo en la calle. Lucía se sentía muy sola y pensó que la solución a todo esto era tener un hijo. Poco después, se quedó embaraza.

Por fin llegó el ansiado día en el que nació su hijo, aunque los problemas, en lugar de desaparecer, crecían cada vez más. Ella empezó a reprocharle su falta de atención tanto con ella como con su hijo. Y a él, esa situación le pesaba cada vez más. Le dijo que no quería escuchar una palabra más, que lo dejara en paz, la empujó, tirándola al suelo y se marchó de casa, sin más.

Entonces, Lucía recordó aquella tarde en la que su primo la visitó, cogió a su hijo y se dirigió a su casa. Avergonzada, le contó a su primo lo que había pasado, confesándole que ya se había repetido más veces aunque él siempre prometía que no volvería a ocurrir.

Su primo, impresionado, le prometió que no la iba a dejar sola, que la iba a ayudar en todo lo que pudiera, pero que era ella la tenía que darse cuenta de que realmente no debía estar con él y tenía que acabar con todo aquello.

Lucía lo pensó mientras volvía a casa, pero no quería abandonarlo. A pesar de todo, lo quería, y era capaz de aguantar cualquier cosa por su hijo.

En ese momento, su marido llegaba a casa enojado, pensando que lo iba a abandonar, así que cuando se la encontró, empezó a agredirla delante de su hijo. A Lucía aquello le dolió más que cualquier golpe, así que abrió los ojos y se prometió que no iba a volver a ocurrir más. Decidió ser fuerte, mudarse con su hijo a otra ciudad y empezar una nueva vida. Cuando Lucía logró tener la suficiente tranquilidad para pensar, miró atrás, recordó por lo que había pasado y entendió al fin que, si realmente la hubiera querido, jamás le habría hecho daño porque…

Quien bien te quiere,

NO te hará  llorar.

 


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