lunes, 21 de junio de 2010

La familia en la escuela

              La Escuela no debería soportar en solitario el peso de Educar. Un proyecto social necesita que cada cual asuma su papel y lo ejerza, cosa que, a juicio de muchos, no hace hoy la familia y se dan numerosos argumentos para justificarlo.

 

              En las casas debe enseñarse que el esfuerzo, el respeto a la palabra dada, la puntualidad, la existencia de una relación asertiva con los demás, forman parte de los usos y costumbres del ser humano. Sabemos que hay muchas familias que lo hacen pero también sabemos que hay muchas otras que dejan mucho que desear en este tema.

 

              Los padres tienen asignada una tarea muy importante que se está infravalorando, sobre todo, en materia de voluntad. La vida es muy complicada y todos pasamos momentos y vivencias duras para los que se debe estar preparado. Y esta preparación deberá venir principalmente de las familias, con el apoyo de los centros y las administraciones.

 

              ¿Dónde van a ir estos críos que viven como príncipes, aunque sus padres no tengan ni un duro, cuando se les presente la más mínima adversidad?

 

              Antes, vivíamos en una sociedad con problemas de falta de libertad e información, entre otras y aprendimos que la vida es una aventura individual marcada por el esfuerzo. Hoy vivimos mejor, es cierto, pero igualmente te pones enfermo, se te muere un familiar o amigo, te fallan los amores, te falta dinero, etc. Esa es la profunda verdad de la vida para la que hay que prepararse y, luego, echarle toda la alegría que haga falta, porque el ocio también forma parte de la idiosincrasia humana.

 

              En las familias se enseñaban los principios básicos del trabajo, el esfuerzo, el respeto a los demás, la solidaridad, etc. Ahora se está perdiendo las enseñanzas de estos principios; es más, en muchos casos, las escuelas se encuentran solas para enseñarlos y, a veces, van contracorriente, pues en muchas casas se fomenta la dejadez, la apatía por los estudios, la violencia e insolidaridad (temas como la inmigración, la igualdad, la xenofobia,) y la ley del mínimo esfuerzo. A los hijos se les premian por nada: se les agasaja con móviles, play, motos, etc., sin haber hecho nada o casi nada para merecerlo, esto además no facilita la adquisición de resistencia hacia la frustración. Así, no pueden entender que el esfuerzo es necesario para alcanzar las cosas y, a la larga, para poder vivir con dignidad.

 

              Es verdad que desde los medios de comunicación, programas como Sálvame deluxe, Gran Hermano, Fama, etc., fomentan el éxito fácil y por nada. Pero, ustedes y nosotros sabemos que eso sólo le ocurre a unos cuantos jóvenes de los millones de jóvenes que hay. La televisión, principalmente, está haciendo algo escandaloso, contribuir a la civilización de la cultura del éxito con el menor esfuerzo posible, del quiero todo, ahora y fácil. Pero, ¿dónde están los padres de esos críos que pasan tantas horas frente a la TV, los videos juegos o el chateo de los messenger? No se puede dejar sola a la escuela para librar esa batalla tan desigual contra los valores que fomenta la TV y otros organismos. ¿No creen que hay que vigilar con más esmero los contenidos de los programas televisivos y la dedicación que se les otorga? ¿No creen que haya que vigilar con más esmero el uso de los videos juegos y el uso de internet?

 

              Los chicos degluten (ingieren) un barullo formidable (zapping), imágenes en las que hay siete anuncios, una canción (papi papi, papi chulo), un drama real (14 muertos en Sudán), una chica guapísima (Elsa Petaki), alguien diciendo imbecilidades, niños ahogándose en inundaciones y... un trozo de película. El barullo no ha sido estudiado y, creemos que es en sí mismo malo, se cita produciendo la banalización, se mezcla un drama con anuncios de coches fabulosos. Y ahora, además, tenemos Internet, un mundo que puede que nos absorba si no estamos social y emocionalmente preparados.

 

              Con este tipo de educación, cuando se hagan mayores se darán de bruces con la realidad y, ya será, probablemente, tarde; lo que los hará infelices, ansiosos y frustrados.

 

              La capacidad de influir en los hijos tiene mucho que ver con lo que se es, luego con lo que se hace, y muy poco con lo que se dice. Una madre puede argumentar contra la anorexia, pero si su hijo sólo la oye hablar de mantenerse delgada... ya me dirán. Si les hablamos de solidaridad y paz y nos escuchan culpar a los inmigrantes de “nuestras” desgracias... ya me dirán. Si les decimos que el tabaco mata y en sus casas se fuma como carreteros… ya me dirán. Si trabajamos la violencia contra las mujeres y los padres discuten con violencia…ya me dirán.

 

              De una familia histérica no pueden desprenderse sentimientos serenos, ni de una frívola, preocupada sólo por producir y consumir, valores básicos.

 

              No se puede concebir un tipo de trato familiar que no enseñe a valorar las cosas. Hay padres que se desentienden y exigen al profesorado que realice el gran milagro de formar a sus hijos, cuando en su casa no les han educado en el más mínimo respeto, ni a la más mínima disciplina, ni en el desarrollo de la voluntad y del esfuerzo. Ese es un caso claro de desconocimiento del papel social que le corresponde a cada uno.

 

              Por todo lo señalado, me parece más necesario que nunca que trabajen unidos administraciones, padres y educadores, pues sólo así, podremos ofrecerles una vía posible para lograr un desarrollo integral que les permita afrontar con éxito los avatares que les deparará la vida.

 

 

José Manuel López

 


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